Él caminaba, caminaba sin destino hacia quién sabe donde y a encontrarse con quién sabe quien.
Dejaba huellas marcadas, sin pensar en quien las seguiría detrás.
Triste, disconforme por no poder cambiar lo que le parecía injusto, dejó todo lo que lo hacía reflexionar en el pasado, y salió a caminar.
Se alejó de todo, conoció nuevas tierras y nueva gente, sin embargo no encontró lo que buscaba.
Siguió caminando, dejó la gente atrás por ser simplemente gente, dejó las tierras atrás por ser simplemente tierras, y continuó.
Él iba sin destino hacia quién sabe donde, pero el destino seguía sus huellas, sin que él pudiera darse cuenta.
Sus pasos lo llevaban, su cuerpo lo guiaba hacia un lugar, que él desconocía.
Su mente intentaba no extrañar aquello que había sido abandonado, intentaba no reflexionar por las razones del abandono, y se dejaba llevar.
Pasó el tiempo, y él ni siquiera lo advirtió.
Un día, sin saber porqué, él miró sus pies, cansados de tanto andar. Los miró tanto que hasta le resultaron desconocidos, como si no fuera su propio cuerpo.
Giró la cabeza y miró detrás de esos pies extraños. Miró sus huellas, esas marcas que no se lograron borrar con el viento, ni con el tiempo.
Luego de girar la cabeza, giró el cuerpo. En ese momento descubrió que su mente ya no gobernaba su cuerpo; pensó y buscó explicaciones por un instante, hasta darse cuenta que era en vano.
El cuerpo y la mente al unísono, miraron el camino de huellas, que se perdía en el horizonte.
Y él comenzó a caminar.
Dejaba huellas marcadas, sin pensar en quien las seguiría detrás.
Triste, disconforme por no poder cambiar lo que le parecía injusto, dejó todo lo que lo hacía reflexionar en el pasado, y salió a caminar.
Se alejó de todo, conoció nuevas tierras y nueva gente, sin embargo no encontró lo que buscaba.
Siguió caminando, dejó la gente atrás por ser simplemente gente, dejó las tierras atrás por ser simplemente tierras, y continuó.
Él iba sin destino hacia quién sabe donde, pero el destino seguía sus huellas, sin que él pudiera darse cuenta.
Sus pasos lo llevaban, su cuerpo lo guiaba hacia un lugar, que él desconocía.
Su mente intentaba no extrañar aquello que había sido abandonado, intentaba no reflexionar por las razones del abandono, y se dejaba llevar.
Pasó el tiempo, y él ni siquiera lo advirtió.
Un día, sin saber porqué, él miró sus pies, cansados de tanto andar. Los miró tanto que hasta le resultaron desconocidos, como si no fuera su propio cuerpo.
Giró la cabeza y miró detrás de esos pies extraños. Miró sus huellas, esas marcas que no se lograron borrar con el viento, ni con el tiempo.
Luego de girar la cabeza, giró el cuerpo. En ese momento descubrió que su mente ya no gobernaba su cuerpo; pensó y buscó explicaciones por un instante, hasta darse cuenta que era en vano.
El cuerpo y la mente al unísono, miraron el camino de huellas, que se perdía en el horizonte.
Y él comenzó a caminar.
